
Esta mañana cuando venía a Madrid, tarareaba por dentro el sal. 139, que luego os pongo.
"¿Cómo que tarareabas?"...Si, si, tarareaba, porque aparte de tener en mi mente la letra, tenía una música, mi música...ventajas que tiene una, y eso que no soy "Monje de Silos".
Pienso en lo importante que es conocerse a uno mismo y también lo poco fácil que resulta.
Vas por la vida creyendo esto y lo otro y de pronto..."¡zaca!", algo te saca del ensoñamiento y te pone en una realidad que te desencaja...te desencaja no por lo inesperado o lo impactante...te desencaja porque te ves a ti mismo abocado a actuar de una manera concreta y desconocida...o simplemente, actúas...y luego dices..."¿Pero, cómo he podido yo hacer esto?, ¿Soy así en realidad?".
Cuando uno descubre algo de sí mismo, puede tomar dos posturas, rebelarse o aceptarlo.
Aquí entra la humildad...la capacidad o el don de decir: "Si, soy así, débil...orgullosa...egoista..." y pensar que a pesar de todo, estoy aquí...soy...mi vida tiene una razón de ser...y mi creador me quiere así...porque así me ha hecho.
La humillación que se siente ante la debilidad, se transforma en amor...y en paz.
Cuando te rebelas a tu realidad, parece más gratificante, como que te sales con la tuya, pero se pasa mucho peor, porque uno puede engañar a todo el mundo menos a sí mismo...y tiene pocas posibilidades de descubrir la misericordia...y la reconciliación.
Quien no se reconcilia con su persona, se escruta y se conoce en el oscuro silencio de la soledad, no puede nunca llegar a ese punto en que el amor supere al sufrimiento y tener paz.
Os dejo con el salmo, sin música, y espero que sus palabras, también os digan algo:
Señor, tú me sondeas y me conoces,
2 tú sabes si me siento o me levanto;
de lejos percibes lo que pienso,
3 te das cuenta si camino o si descanso,
y todos mis pasos te son familiares.
4 Antes que la palabra esté en mi lengua,
tú, Señor, la conoces plenamente;
5 me rodeas por detrás y por delante
y tienes puesta tu mano sobre mí;
6 una ciencia tan admirable me sobrepasa:
es tan alta que no puedo alcanzarla.
7 ¿A dónde iré para estar lejos de tu espíritu?
¿A dónde huiré de tu presencia?
8 Si subo al cielo, allí estás tú;
si me tiendo en el Abismo, estás presente.
9 Si tomara las alas de la aurora
y fuera a habitar en los confines del mar,
10 también allí me llevaría tu mano
y me sostendría tu derecha.
11 Si dijera: "¡Que me cubran las tinieblas
y la luz sea como la noche a mi alrededor!",
12 las tinieblas no serían oscuras para ti
y la noche sería clara como el día.
13 Tú creaste mis entrañas,
me plasmaste en el seno de mi madre:
14 te doy gracias porque fui formado
de manera tan admirable.
¡Qué maravillosas son tus obras!
Tú conocías hasta el fondo de mi alma
15 y nada de mi ser se te ocultaba,
cuando yo era formado en lo secreto,
cuando era tejido en lo profundo de la tierra.
16 Tus ojos ya veían mis acciones,
todas ellas estaban en tu Libro;
mis días estaban escritos y señalados,
antes que uno solo de ellos existiera.
17 ¡Qué difíciles son para mí tus designios!
¡Y qué inmenso, Dios mío, es el conjunto de ellos!
18 Si me pongo a contarlos, son más que la arena;
y si terminara de hacerlo,
aún entonces seguiría a tu lado.