lunes, 17 de mayo de 2010

HUMOR MATRIMONIAL


El sábado celebramos nuestro décimo segundo aniversario de bodas. A muchos esto no les parecerá demasiado, todo depende de cómo se mire la cosa, pero yo estoy bastante satisfecha.
Ya se sabe que el matrimonio es durillo, que hay que lidiar mucho, y que si no se echa toda la carne en el asador, al final es uno el que acaba escaldado. Por supuesto, y a pesar de que hay que "currar" mucho, amo locamente a mi marido, y creo que él también a mí.
Como os digo, yo estoy contenta y segura de que si se construye sobre Roca, las tempestades, se superan y las olas, aunque nos tambaleen cada vez que golpean la casa, al final, acaban estrellándose y convirtiéndose en espuma.

Hoy he recibido por correo un chiste que me ha hecho mucha gracia, porque me ha recordado tres cosas que, aunque pasen los años, nunca se deben perder en la pareja: el sentido del humor , la capacidad de sorprender y sorprenderse y el deseo de hacer feliz al otro.

No esperéis nada profundo, es un chiste. Un regalo para empezar el lunes con una sonrisa.


LES FABES Y EL AMOR

Un día llegó el amor, encontré a un maravilloso caballero y nos enamoramos. Cuando se hizo evidente que nos casaríamos hice el sacrificio supremo, como buena asturiana, y dejé de comer fabes.

Algunos meses más tarde, el día de mi cumpleaños, mi coche se estropeó de camino del trabajo a casa. Como vivía a las afueras llamé a mi marido y le dije que llegaría tarde porque tenía que ir andando a casa. De camino, pasé por un pequeño restaurante y el olor de la fabada fue más fuerte que yo. Con varios kilómetros por delante para caminar,
calculé que se me iría cualquier efecto negativo de les fabes antes de llegar a casa, por lo que entré y antes de que me diera cuenta, ya había tragado tres buenos platos de fabada. De camino a casa me aseguré de liberarme de TODO el gas.

Cuando llegué, mi marido pareció excitado de verme y gritó con gran alegría: ¡" Querida, te tengo una sorpresa para la cena esta noche! " Él entonces me vendó los ojos y me condujo a mi silla en la mesa. Tomé asiento y cuando estaba a punto de quitarme la venda de los ojos, el teléfono sonó. Me hizo prometer no tocar la venda hasta que él volviera y se fue a contestar la llamada.

La fabada que había consumido todavía me afectaba y la presión se hacía más y más insoportable, tanto que mientras mi marido estaba fuera, aproveché la oportunidad, me apoyé en una pierna y dejé caer uno. No era ruidoso, pero olía como un camión de fertilizante delante de una fábrica de pulpa de papel. Tomé la servilleta de mi regazo y abaniqué el aire alrededor de mí enérgicamente.

Entonces, cambiando a la otra pierna, dejé escapar otros tres. ¡¡La peste era peor que la col cocinada!!!
Manteniendo mis oídos atentos a la conversación de mi marido en la otra habitación, continué tirando unos cuantos durante otros pocos minutos.

El placer era indescriptible. Cuando mas tarde la despedida telefónica señaló el final de mi libertad, rápidamente abaniqué el aire unas cuantas veces más con mi servilleta, la coloqué sobre mi regazo y doblé mis manos atrás sintiéndome muy aliviada y complacida conmigo misma.

Mi cara debe haber sido la imagen de la inocencia cuando mi marido volvió, pidiendo perdón por tomar tanto tiempo. Él me preguntó si yo había echado una ojeada por debajo del vendaje de los ojos, y le aseguré que no.
En este punto, él me quitó la venda de los ojos, y doce invitados a la cena sentados alrededor de la mesa, entre ellos mis suegros, cantaron a coro: ¡ Cumpleaños Feliz! ¡¡ Y ...me desmayé!!!!!!!!!!!!!!